La patria y el tiempo

Encontré al ejército sentado con una copa en la mano y las piernas cruzadas en una terraza de Madrid, bajo el sol de un mes frío. El ejército, en aquél momento, era un soldado raso y joven que hablaba más de la cuenta y bebía menos de lo que podría pensarse. No estaban, ni el ejército ni el soldado, a la altura de la leyenda, ni siquiera se acercaban a ella, merodeaban por otras tierras. Tuvimos una conversación rápida y larga, algo disparatada, el soldado y yo. Lo más interesante que dijo en todo ese rato fue que él era un patriota y que no entendía por qué cierto sector de la sociedad lo criticaba por ello. Estaba muy afectado, el pobre hombre imberbe-enclenque de pelo rasurado, y me hizo sentir algo parecido a la ternura cuando se marchó a alguna parte y para siempre murmurando su pena en voz baja y para nadie.

Fue un suceso extraordinario en mi vida: era la primera vez que veía un patriota de cerca, fuera de la televisión (yo creía por entonces que los patriotas solo podían existir dentro de una pantalla y que siempre eran actores de ficción o presos con suerte). Además, no se trataba de un ejemplar al uso, engominado y pretencioso, de esos que se pasan la mano por el pelo cada veinte segundos y nunca tienen prisa (porque siempre pueden llegar tarde a cualquier parte; la gente que no trabaja siempre tiene tiempo), no; este era igual de pobre que los que no poseemos patria oficial y se le notaba en la cara que alguna vez había temido no llegar en hora. Mientras se alejaba, enfadado (no sé si con el mundo o conmigo), me hizo pensar en lo curioso que resulta que algo tan trascendental en la vida de alguien pueda tener tan poco valor en la existencia de otro. Me hizo pensar, desde luego, en la patria.

Yo no sé qué será eso de la patria, porque nunca he tenido otra que el regazo de mi madre y tres o cuatro abrazos con los colegas. Entonces, decía, que no entiendo qué es eso de la patria porque nunca la he visto.

La patria, contaban, es el templo de un pasado que es tuyo y es viejo, tan antiguo que ni siquiera lo has vivido; es un edificio que debería de estar ya carcomido por los años, la patria, pero que no para de ser renovado, así de dorada y brillante luce en los escaparates de los patriotas, si es que de verdad existen los patriotas y no son un invento para meternos miedo a los niños, como el Coco o la policía.

A mí jamás me ha convencido eso de la patria. Aunque, supongo, la culpa es mía. Eso de que existiesen cosas antes de que yo naciese nunca me ha gustado (resta posibilidades). Y aún me persuade menos que lo que ya era antes de que yo fuese se me asignara en una lotería previa a que yo pudiese, siquiera, decidir si participaba en ella o no. La patria, como tantas otras cosas (algunas imprescindibles y queridas, como la familia), me vino dada y no la conozco, quizá es por eso que no la amo. Jamás la he visto, ni en casa ni cuando vivía en el extranjero.

(En casa: no vino a ayudarnos cuando nos hizo falta, fuimos nosotros los que nos socorrimos a nosotros mismos. En otro país: me di cuenta de que lo que muchos llaman patria no es más que un idioma basto y transoceánico, gigante como el mundo.)

Me parece curioso que haya personas (muchas, según me informan) que defiendan tanto algo que no se ve, que solo se intuye, y que no provoca más placer que un puñado de éxitos bélicos (porque los triunfos en el deporte son los sustitutos de hoy de las victorias militares de ayer), hazañas de otros. Me molesta que la patria de alguien en el año 2021 sea la misma que la de una persona de 1848 pero que si se les pidiese que señalasen su patria en un mapa el territorio sería distinto (y el siglo XIX saldría ganando (xd)).

Pero si saber lo que es una patria me resulta difícil, no se imaginan lo que me cuesta definir lo que es un patriota (si es que es posible ser un patriota). No digo que no sepa distinguir a una persona patriótica de otra que no lo es, no: lo que digo es que no sé qué es exactamente lo que hace a un patriota.

Uno debe de contentarse, por lo tanto, con tratar de definirlos con la vista, a través de lo que intuye al abrir los ojos. Decir patriota, entonces, según mi experiencia de lo inmediato, es referirse a cierto tipo de persona que quiere a su tierra solo en tanto que otros la odian. Digo: si todo el mundo apreciase la patria que ellos aman, estos, los patriotas, dejarían de defenderla con la voz hecha grito y la olvidarían sin el menor reparo hasta las celebraciones del Día de la Nación (porque una fiesta es una fiesta, no importa que sea en honor a la estatua de un muerto o a un trozo más o menos grande de tierra (lo importante de veras, por supuesto, es tener una excusa para tomarse unos vermús al sol y ganarle un día libre al calendario)). Estas patrióticas personas solo quieren la patria para escupírsela al resto. Si la patria no existiera se las apañarían para inventarla de la nada con tal de dañar a los que desprecian. Ese es el tamaño de su amor.

Otra cosa que puedo asegurar, tras un largo examen callejero, es que los patriotas no llevan la patria en el corazón, sino en la muñeca. Pregúntenle la hora a un patriota y la consultará en el lugar de la patria; pregúntenle por la patria y se dará golpes en el pecho, seguro de su ímpetu; pero usted ya sabrá a dónde mirar (sí: justo debajo de su puño cerrado). Concluimos, por lo tanto, que la hora y la patria bien podrían ser lo mismo, porque son tan pequeñas que no existen; porque son lo bastante enclenques como para llevarlas colgadas del brazo.

Y aún hay gente que muere por ellas.

Fue una casualidad, el cruzarnos en aquél bar. A mí la charla me sirvió para pensar en estas cosas y para encontrar a un patriota de veras, en la incomodidad del directo; al soldado, supongo, no le sirvió para nada. Lo que sí que espero es que también él cayese en la cuenta de que los dos somos igual de necios y de que ambos terminaremos de la misma forma: él lo hará por la patria y yo lo haré por el tiempo.

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