
Estuve en el sitio Z hace unas semanas. El sitio Z es un descampado repleto de cosas, una explanada muy corta en la que la gente consulta la hora en el reloj que lleva amarrado a su tobillo. Aunque parece encontrarse al aire libre, el sitio Z está rodeado de cristal por todas partes y si alguien tuviese la mala idea de arrojarle un bote lleno de betún a su brillante exterior, vislumbraría un gran cubo de oscuridad; todo lo contrario de un agujero negro. Nadie sabe realmente si el sitio Z es un manicomio o una planta de reciclaje o si las personas que trabajan allí son actores o leones disfrazados de personas. Lo único seguro es que el sitio Z se encuentra en cualquier parte y en todas las épocas de la historia, aunque, eso sí, siempre en el futuro.
El problema es que cuando alguien entra allí lo hace vomitando ahoras, intoxicado de hoy, y no entiende que ese ahora es un más tarde, un presente que ha llegado después. Para llegar al sitio Z es indispensable haber transitado por el sitio A, el F, el X, etc., por tantos lugares del tiempo que uno, tan preocupado por mirar hacia delante, no ve lo que ha dejado atrás. Llegar al sitio Z no es olvidar lo que fuiste, sino lo que has dejado de ser. El sitio Z no puede sorprender a ningún visitante, a pesar de tener expuestos todos sus cuadros mirando a la pared y de carecer de calefacción, porque da la impresión de ser el resultado exacto del segundo anterior, la consecuencia lógica del pasado. Pero, aunque lo es, no suele serlo.
La Alemania nazi fue un sitio tan Z como estas palabras. El sitio Z no tiene por qué ser bueno. Es más: muchas veces el sitio Z tiene la cara de la gente que sale de un after a las nueve de la mañana y solo conserva la belleza que hay en lo feo. Lo que sí que es siempre el sitio Z es interesante; porque está sucediendo y todos sabemos lo difícil que resulta que algo suceda.
Existe un truco para saber si se está en el sitio Z. Basta con plantearse lo siguiente: cuál sería la reacción de uno si hace un año le hubiesen dicho que en el futuro iba a hallarse en un lugar como en el que se encuentra, haciendo lo que está haciendo; ¿le hubiese sorprendido o no; se lo hubiese creído o no? Si la respuesta es sí, probablemente no se esté en el sitio Z; si es no, seguro que sí.
Aunque hay que andarse con cuidado: el método no es infalible. El sitio Z puede ser muy cómodo, todo lleno de cojines de seda y bocas que susurran cumplidos sin cesar, y no es raro que muchas personas intenten alquilar una habitación en él, seguras de que la felicidad solo es lo que dura para siempre. Conozco a un montón de inquilinos del sitio Z, algunos son okupas. En estos casos, el método no sirve porque el sitio Z se ha convertido en el sitio C y están, creen estar, tan a gusto ahí que no existe nadie que pueda hacer volar su tienda de campaña. Si se tiene un amigo en esta situación, hay que tratar por todos los medios de hacerle entrar en razón y conseguir que se vaya de allí, porque no es sano celebrar un aniversario en el sitio Z. Además, si no nos damos prisa, puede pasar cerca cualquier coach motivacional y hacer del sitio Z un círculo en una pizarra que ponga ZONA DE CONFORT y cobrarle una millonada a nuestro colega por algo que podría haberse resuelto con un par de hostias. Nadie dijo que el sitio Z fuese un lugar seguro.
Yo estuve en el sitio Z hace unas semanas y por poco no me doy cuenta. Mi butaca era mullida, la compañía, deliciosa, y el espectáculo al que asistíamos era raro y muy bueno. En algún momento, me observé desde fuera y pensé que quién me iba a decir a mí hace un año que yo estaría allí sentado, que qué cosa tan rara era el futuro, que suele repartir pistas falsas y tarjetas de crédito a los que lo esperan. Entonces mi cerebro empezó el sabotaje: qué cojones hago aquí, qué hago que no me estoy yendo. Yo estaba muy contento en el sitio Z. Me levanté de mi asiento, recogí mi chaqueta y me marché
Ese es mi problema: siempre creo que hay un garito mejor a la vuelta de la esquina.